Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York acabaron con la vida de más de tres mil personas y dieron lugar a un nuevo orden mundial. Aquel día, más de trescientos perros trabajaron junto con sus guías en tareas de búsqueda, rescate, recuperación y terapia en la zona cero del World Trade Center. Entre ellos, hay uno, Trakr, un pastor alemán, que se hizo especialmente famoso y por partida doble.
Primero, porque encontró con vida entre los escombros a la última superviviente del atentado. Y, años más tarde, porque fue elegido como el perro más digno de ser clonado en un concurso de mascotas organizado por la Sooam Biotech Research Foundation. Así, en 2008, el laboratorio coreano regaló al policía canadiense James Symington cinco ejemplares clonados de su ya fallecido compañero canino. El término clonación describe una variedad de procesos que pueden usarse para producir copias genéticamente idénticas de un ente biológico –genes, células, tejidos o, incluso, organismos enteros–. Así lo define el Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano (NHGRI, por sus siglas en inglés). El material copiado, que tiene la misma composición genética que el original, se conoce como clon. En la actualidad, cuando hablamos de esta técnica, normalmente nos referimos a procesos que parten de núcleos de células somáticas. Es decir, “la utilización de la información genética existente en el núcleo de una célula de un tejido de animal adulto, que se transfiere a un ovocito receptor previamente enucleado”, aclara Javier Cañón, catedrático de Genética del Departamento de Producción Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Para entendernos, estamos hablando de la oveja Dolly. En efecto, este animal, que se convirtió en una celebridad mundial tras su presentación en sociedad el 22 de febrero de 1997, fue el primer mamífero clonado mediante transferencia nuclear de células somáticas. En el procedimiento, se extrajo el núcleo de un óvulo y se sustituyó por el de otra célula adulta, que en este caso procedía de la glándula mamaria de otra oveja. El óvulo se estimuló artificialmente para que se dividiera y se comportara de forma similar a un embrión fertilizado por el método habitual, mediante esperma. Para ello, hicieron falta 277 intentos, algo que los científicos calificaron de éxito. El nacimiento de Dolly suscitó un torbellino de debates. Varios prestigiosos científicos rechazaron el trabajo por considerarlo un fraude. En el fondo, lo que estaba en juego era la cuestión de si esta “aberración experimental”, como lo denominaron algunos, podría replicarse en humanos, con todas las implicaciones éticas que conllevaría. De ahí que tan solo dos años más tarde, el 12 de enero de 1998, el Consejo de Europa aprobara la primera norma internacional que prohibía la clonación de seres humanos.
A pesar del escepticismo inicial, científicos de todo el mundo se lanzaron a clonar animales de todo tipo, desde hurones a bueyes, caballos y camellos. Muchas veces, simplemente, por capricho, como ocurre en el caso de las mascotas. Y es que, en la actualidad, cada vez son más las personas que, ante la pérdida de su perro o su gato, recurren a empresas de clonación para encargar una réplica exacta –o no tanto, como ya veremos– del animal, como forma alternativa de sobrellevar el duelo. Eso sí, hace falta tener una buena cuenta corriente, ya que el proceso cuesta a partir de 20 000 euros para un gato, el doble si se trata de un perro. Por eso, no es raro que sepamos de la existencia de este milagro de la ciencia a través de personajes famosos, como Barbra Streisand. En 2018, la cantante reveló en una entrevista para la revista Variety que sus perritas Miss Violet y Miss Scarlett eran clones de Samantha, una antigua mascota.
El primer proyecto científico para la producción de perros se desarrolló en Estados Unidos en 1997 bajo el nombre de Missyplicity. El matrimonio formado por los millonarios Joan Hawthorne y John Sperling dedicó una buena parte de su fortuna a intentar crear un ejemplar de su perra Missy, una mezcla de husky y border collie, pero nunca se obtuvo un clon viable. Habría que esperar todavía unos años, hasta 2005, para que un grupo de cuarenta y cinco investigadores de la Universidad Nacional de Seúl, en Corea del Sur, lograran clonar con éxito un perro por primera vez en la historia. Snuppy, un galgo afgano negro, nació después de más de mil intentos. Curiosamente, además, fue reclonado diez años más tarde con tres nuevas crías.
El líder de aquellos investigadores, Hwang Woo Suk, es la cara visible de Sooam Biotech Research Foundation, la empresa que citábamos al inicio de este reportaje y que también está detrás de la primera clonación de un perro con fines comerciales. Lancelot, un labrador retriever, vino al mundo porque sus dueños, los estadounidenses Edgar y Nina Otto, echaban de menos a su anterior mascota. No en vano, el lema de la compañía coreana es “No solo clonamos perros, también curamos corazones rotos”.
El primer animal de compañía clonado, sin embargo, no fue un perro, sino una gata, que vino a alegrar las Navidades de 2001 a su dueña gracias a la colaboración entre la Universidad de Texas A&M y la empresa californiana Genetic Savings & Clone Inc. Según mostraron las pruebas genéticas posteriores, Copy Cat era una copia exacta de su madre, aunque por su aspecto nadie lo diría.
Años después de aquella proeza, el mercado de la clonación de mascotas está creciendo en países como China, donde los gatos están cobrando cada vez más popularidad. Y eso que el primer clon felino chino, Garlic, fue creado no hace mucho, en 2018, por Sinogene. El éxito, en parte, se debe también a que las barreras legislativas son mínimas en este país; de hecho, gran parte de la población considera que la experimentación cosmética en animales, por ejemplo, no es maltrato. En general, por otra parte, no existe legislación que limite la investigación de estas técnicas en animales, “otra cosa son los permisos que haya que pedir a los consejos de bioética”, señala Cañón.
En 2015, el Parlamento Europeo votó mayoritariamente prohibir la clonación de ganado en la UE e impedir que se pongan a la venta alimentos provenientes de clones o de sus descendientes de terceros países –que son inocuos, según un informe de la Administración de Alimentos y Medicamentos estadounidense, la FDA–. Sin embargo, no se opone el uso de esta técnica para la investigación, la conservación de especies raras o amenazadas o el uso de animales para producir dispositivos farmacéuticos o médicos. España aún no ha entrado en el mercado de la duplicación de mascotas, pero sí existe una compañía centrada en el mundo equino, Embryotools. Su director científico, el investigador portugués Nuno Costa-Borges, participó en la primera clonación exitosa de animales en España, ratones que nacieron en los laboratorios de la Universidad de Barcelona en 2009.
A la pregunta de qué sentido tiene clonar mascotas si no tienen un interés veterinario –pensemos también en la cantidad de perros y gatos abandonados en albergues–, Javier Cañón lo tiene claro. Pongamos, por ejemplo, que una vaca proporciona diez mil litros de leche al año, pero que hay una raza en concreto que produce quince mil. En casos como este, el uso de la clonación como técnica de reproducción asistida es totalmente anecdótica porque tiene una eficiencia demasiado baja para el coste que supone. Y es que la eficiencia de la clonación es reducida para todas las especies: va del 5 % en ovejas hasta el 19 % en caballos. Además, siguiendo el ejemplo anterior, se podría conseguir el mismo objetivo con técnicas como la inseminación artificial.
“Podemos decir que, actualmente, la contribución de esta técnica de reproducción asistida en los programas de selección de las principales especies de animales de renta –animales domésticos criados para la producción de alimentos– es marginal. Un procedimiento tecnológicamente posible no es necesariamente viable desde el punto de vista económico. Sin embargo, en mascotas, precisamente, lo menos relevante es la justificación económica. Es una cuestión personal en la que el dinero importa poco”, explica Cañón.
Quizá por el hecho de podérselo permitir económicamente, muchas veces las personas que recurren a la ciencia para encargar una réplica de su bicho favorito no son conscientes de que el resultado puede ser muy distinto al original. Es lo que le pasó a Barbra Streisand, que en la misma entrevista en la que reveló que sus dos perritas eran clones también declaró: “Tienen diferentes personalidades […]. Estoy esperando a que se hagan mayores para poder ver si tienen los ojos marrones y la seriedad de Samantha”.
Con Garlic, el primer gato clonado en China, una empresa ajena a Sinogene tuvo que comprobar si su ADN coincidía con el original por la decepción del propietario al comprobar que le faltaba una mancha negra en el pelaje de la barbilla. Y Copy Cat, la primera mascota clonada en el mundo, ni por asomo replicaba las manchas anaranjadas del pelaje del gato calicó del que partía, Rainbow.
¿Pero por qué? El hecho de que dos individuos sean genéticamente iguales no implica que sean físicamente iguales, porque no es lo mismo el genotipo –conjunto de genes– que el fenotipo –conjunto de características fisiológicas, morfológicas y de conducta y que son el resultado de las relaciones del individuo con el medioambiente–. Durante el embarazo, los embriones pueden verse afectados por algo que la madre subrogada haya comido o por las hormonas en su organismo. Más tarde, los factores ambientales pueden determinar la susceptibilidad a ciertas patologías o incluso el carácter del animal. El experto de la UCM explica estas diferencias con una metáfora. En este tipo de clonación, se parte de células ya desarrolladas, diferenciadas, a las que hay que reprogramar. “Hay que llevar a cabo una serie de procesos para que el ADN vuelva a su estado original, como si fuera un libro que tiene todas las letras, pero al que le faltan los puntos, las comas y los acentos”. Los signos de puntuación equivalen a la dieta, el estrés, la contaminación, el cuidado materno, los medicamentos y en general cualquier factor que puede influir en que, al final, algunos genes se expresen y otros no. De ahí que a veces los científicos presenten a los animales clonados como gemelos nacidos en momentos distintos, que no son iguales porque pueden producirse un montón de imprevistos durante el embarazo y después del parto.
Los detractores de estas técnicas, entre ellos muchas entidades dedicadas a la defensa de los animales, lo califican de inhumano, por el sufrimiento que causa a las madres subrogadas. Además, denuncian que en el mundo hay millones de perros y gatos a la espera de ser adoptados y que muchos acaban recibiendo eutanasia porque no encuentran a nadie que los adopte, por lo que defienden que los recursos deberían emplearse en el cuidado de animales que ya existen.
En este sentido, la clonación, quizá, podría estar justificada en el caso de animales en peligro de extinción o ya desextinguidos, como se viene haciendo desde hace dos décadas. Así, en 2001, una empresa con sede en Massachusetts, Advanced Cell Technology, fue la primera en replicar una especie amenazada, en concreto un gaur o bisonte de la India, utilizando células procedentes de un macho fallecido años atrás. El animal, sin embargo, murió a los dos días por una infección bacteriana. Por otra parte, la desextinción es la técnica que permite volver a engendrar un ejemplar o incluso revivir una especie ya desaparecida. Esto es lo que consiguieron los científicos españoles que, en 2003, lograron rescatar un bucardo, marcando así un hito histórico. Celia, el último ejemplar de esta subespecie de cabra montés murió en 2000, pero su ADN se conservaba. Después de muchas pruebas, encontraron el sistema que haría factible su clonación: con cabras híbridas de tipo doméstico y montés como madres de alquiler. De los 786 embriones clonados, se probaron 208 en 57 madres, de las que solo siete llegaron a ser gestantes. Finalmente, solo una llevó el parto a término, pero la cabrita nació con dificultades respiratorias y, a los diez minutos, murió. Nunca más se ha conseguido hacer renacer al bucardo.
En la actualidad, las técnicas de clonación se están empleando también para fabricar productos de alto valor biológico. Por ejemplo, para mejorar la composición de la leche, aumentando la concentración de caseína en vacas transgénicas. O para conseguir altos niveles de ácidos grasos omega-3, muy beneficiosos para la salud humana, a través de cerdos clonados. Así las cosas, a pesar de las expectativas, el uso de animales genéticamente modificados para la producción agrícola no ha tenido un papel muy relevante. La replicación de mascotas también es marginal. Pero el campo en el que la implementación de estas tecnologías está empezando a tener un gran éxito es en el de la biomedicina. Según explica Cañón, estamos avanzando en la investigación y el conocimiento de patologías como la diabetes, el cáncer, la esclerosis o la fibrosis cística gracias a que estas herramientas nos permiten utilizar modelos animales con la misma base genética.